sábado, 30 de marzo de 2024

La pulpería

 



No deseaba parar en el fortín, pues de ahí provenía el homicida de mi esposo. Debíamos comprar víveres y municiones y una pulpería estaba a la vista. La misma no era más que una modesta casa de adobe, con techo de paja, una entrada y apenas una pequeña ventana superior. En el palenque había como siete u ocho caballos, la clientela era nutrida. Desmontamos y les dimos de beber a los caballos. Un viejo desdentado, nos observaba y se reía. Lo miré y le sonreí. Dejó de reír. Entramos y la concurrencia calló casi mágicamente. Nos dirigimos directamente hacia las rejas del mostrador. En donde un tipo de unos cuarenta y tantos, de espesa barba entrecana y mugrienta, nos miró de arriba abajo.

- Usted no debería estar aquí, señora – dijo el pulpero.
- No ando con ganas de hacer finado a nadie hoy, así que, si me vende lo que necesito, nos iremos por donde llegamos – le contesté en un tono más que brusco.
- Si me habla ansí, es porque usted debe ser Yanara de los borogas.
- Correcto; es inteligente después de todo; ahora me va vender cartuchos y tasajo, ¿qué le parece?
- Me parece muy bien señora Yanara.
- ¡No nos gusta chupar delante de infieles! – se escuchó tras de mí.
- Y a mí no me gusta sentir el olor a tipos que no se bañan desde la declaración de independencia y aquí me ven, aguantando la respiración… - respondí rauda.
- Gringa atrevida, hiciste mal en venir sin facón, si hasta puedo olvidarme que sos una hembra… - dijo uno de los parroquianos, parándose y desenvainando su arma blanca.
- ¿Por qué no te sentás y terminás tu ginebrita, pelotudo? – le dije al gaucho bravucón.
- Con un trabuco es fácil – me dijo.
- ¡Loncopan! pasame la tercerola – le dije a mi compañero –, ¿esta te gusta más? Cuando se inventó la pólvora se acabaron los infelices como vos – le espeté al antedicho.
- ¡Rivas! Sentate, es Yanara – le advirtió el pulpero.
- Nunca olvido una cara – musitó Rivas.
- ¿En serio? La tuya no la puedo ver por culpa de esa barba asquerosa y hedionda; si querés, mi amigo con su cuchillo te afeita en seco…
- ¡Rivas! Sentate de una vez; esta mujer te hace fiambre aquí mismo, lo sé – insistió el pulpero.

Compramos y nos retiramos caminando hacia atrás y con la tercerola en mano y apuntándole a Rivas a la cabeza. Rivas me miraba fijo y babeando de rabia. “Tranquilo, Rivas, tomate una ginebrita a mi salud” – le dije al gaucho provocador. Quiso levantarse de nuevo, pero su compañero de mesa se lo impidió. Ya en el exterior, Loncopan me ayudó a montar. “Eres la digna viuda de Tahiel” – me dijo. “Vamos…” – agregué.

"Yanara hacia el sur"