miércoles, 24 de abril de 2024

He sido mil nombres y ninguno

 

“He sido mil nombres y ninguno. He sido un ángel y un demonio. He sido blanca y aborigen. He sido adorada y despreciada. Tanto me sometieron, como sometí. Me dieron de latigazos y me besaron la mano. De todas ellas, tampoco yo sé bien quién he sido. Quizás todas a la vez y ninguna. Temo por Mailén. No deseo que muera por mi culpa. Nadie más debe morir por mí. Si he de pagar por mis crímenes que estos hombres del siglo XIX me imputan, será más por su complejo de inferioridad, que por lo crímenes en sí, pues ellos no se tienen piedad a la hora de cortar sus pescuezos, pero mi peor crimen quizás es no doblegarme ante ellos. Mi único crimen, ahora que lo pienso, es pretender ser libre, de cuerpo y espíritu. Pero qué soberana estupidez arrogante, el querer ser libre en pleno gobierno de un autócrata, borracho de poder y sangre, a veces me sorprende mi propia estupidez…”

Diario de Leticia, sábado 14 de julio de 1849.
Tres años antes de la caída de Juan Manuel de Rosas.




martes, 23 de abril de 2024

Claroscuros


Como atragantándome con
mis blasfemias...
Como escupiendo
mis palabras…

Como evadiendo
barreras…

Como descendiendo a
mi paraíso…

Como elevándome a
mi infierno…

Como enviciando mis
virtudes…

Como limpiando mis
miserias…

Así serán tus besos…
Así será tu mirada…
Así serán tus manos…

Que besan…
Que miran…
Que acarician…

Por siempre y
desde siempre o
desde nunca…

No lo se…

Y me traicionarás…
Y te traicionaré…

Y eso lo se…

JV - 2013







El encuentro (primera parte)


1. Ella
Y ella llegó temprano a la cita. Una cita largamente esperada. Una espera tapizada de calles, callejones, avenidas, ciudades, pueblos y caseríos. Todo apuntaba a un encuentro con extrema ansiedad. Se verían las caras. Ella y él. Se mirarían a los ojos. Leerían esas miradas. Quizás, las desentrañarían. O quizás, no. Ella sólo sabía, que sólo él podía darle cierto sentido a lo que ella era. Cierto sentido. Probablemente no un sentido absoluto y completo. Como un sistema cerrado y concluido. Él no creía en esas cosas. Pero algunos interrogantes, plenos de dudas, desbordantes de noches de insomnio, de noches de rocíos casi imperceptibles, de noches de soledades notables, podía él responder. Bueno, eso pensaba ella, mientras un aroma a pan tostado invadía el ambiente de la confitería, combinado sabiamente con otro, pero de café, recién molido. El típico y agudo sonido a máquina express, le señalaba que su pedido pronto vendría a su mesa. Una mesa de madera, cubierta por los colores que predominaban en el ambiente: el rojo y el verde. Dando por momentos un aire tropical, un aire de un Caribe lejano, inimaginable en la melancólica Buenos Aires.

Las palabras. A veces están de más. A veces nos hacen falta. Las miradas. Nunca están de más y siempre nos hacen falta. Como esa presencia del otro. Que construye. Y que nos cubre con su humanidad. Y que nos gratifica. Y que nos angustia. Y que la necesitamos. Y que no podemos prescindir de ella. Y el otro puede ser otro un día, simplemente porque un día ya no lo miramos. Y nos parece tan extraño, tan ajeno. Como paradoja, quizás ése, tan extraño, seamos nosotros. Porque el otro nos falta. Como el aire. Como la vida – meditaba ella, al tiempo de beber su café cortado.

- ¿Espera a alguien? – pregunta el mozo.
- Sí – responde ella.
- Lo noté. Se la ve ansiosa, como nerviosa, como tratando de concentrarse en un punto y no lo logra y lo intenta y vuelve a fracasar. Tal vez esto sólo me parezca. Le ruego me disculpe si me considera un entrometido.
- No. No lo es. Es verdad lo que supuso… ¿Cómo se llama?
- Ramón…
- Mire Ramón, es altamente probable que ni usted ni yo tengamos vidas propias…
- ¿A qué se refiere señorita?
- Eso no importa mi estimado Ramón. Pero sí importa lo que finalmente creamos. ¿Usted cree en Dios?
- Sí, por supuesto. No voy a Misa seguido, pero… que ni tiempo tengo para eso… pero me dieron la Primera Comunión ¿sabe?
- Lo envidio Ramón. Le envidio su “por supuesto”…
- ¿Usted no es creyente?
- Solía serlo. Quería creer. Y alguien me hizo caminar. Y alguien me hizo creer en no creer o al menos, creer menos…
- ¿Entonces no cree en nada? – pregunta curioso Ramón –
- Justamente creo en algo… creo en este momento. En este segundo. Creo en usted… Ahora… ¿Puedo creer en el siguiente?
- El siguiente no existe aún…
- ¡Exacto! En el siguiente podríamos desaparecer…
- No me hago tantas preguntas señorita… Sólo sirvo café y cerveza todo el día.
- Lo entiendo Ramón. De alguna manera, eso lo salva…
- ¿De qué señorita?
- No importa de qué Ramón, pero lo salva…

Ramón la dejó con sus soliloquios. Sabía que debía dejarla a solas. En realidad, no a solas. Con ella y con su espera. Esa espera, que segundo tras segundo, se iba acortando. Se iba consumiendo, cual vela a través de las horas a deshoras. Y los cortados, no fueron uno o dos, quizás tres o cuatro.

Ella extrajo de su tradicional mochila, su tradicional libretita “piojosa”, como él la calificaba. Su libretita, color verde oscuro, con un guanaco, llama o algo así en la tapa, a manera de símbolo, algo desgastada en los bordes y en las puntas, con claros signos de usos y abusos, de manos y dedos presurosos por escribir aquello que ven, aquello que escuchan. Ensimismada, la sobresaltó un bocinazo y un golpe seco. “Colisionan dos autos: no hay heridos”, - dirá la nota de policiales de algún periódico de poca tirada. Luces azules titilantes y vigorosas. Las balizas de la Federal hicieron se presentación y el tejido social, seguiría como si nada, casi intacto, pues están “para proteger y servir”. Ella miró por la ventana que da a la calle Uriburu. Corrió el velo y el velo no era más un helecho ensortijado, endemoniadamente ensortijado, como selvático, como un consulado de la selva en la ciudad, otra selva. Y vio el incidente. Dos tipos agarrándose la cabeza. Pasándose las manos por sus cabezas, como si se tratara de la muerte súbita de un familiar directo. Pero no. Sólo dos autos que tenían un par de paragolpes rotos. Escena repetida: uno de los hombres de azul con handy en la mano, parloteando. Los tipos sobre el capot de uno de ellos anotando datos para el seguro. Hecho irrelevante. Común. Ella sonrió. Por la duda que todo ello le causaba…

"Nuevos caminos de Noelia"
Todos los derechos reservados. 2012


















jueves, 11 de abril de 2024

Recordar es recordarte...


 
Recordar es
recordarte en un
parpadeo, cual
aleteo de picaflor,
memoria de nuestro
esplendor en
un sin fin de llanuras
de ternura,
tu ternura hablando,
tu ternura de
infinitas caricias,
que de mí hacían
delicias,
de deliciosos
vacíos de llanuras,
que hablaban
el silencio,
silencio de
tu ternura,
cuando las
palabras de
más están,
cuando tu ser
más requiero,
en este
laberinto de
tiempo, de
hace ya y a
lo lejos…

Recordar,
es recordarte,

siempre recordarte.


domingo, 7 de abril de 2024

Alguien que no soy

Extraño lo que se puede y
lo que no se puede;
extraño el aroma de cafés
bebidos entre gallos y
medianoches;
extraño no extrañar,
extrañando a alguien
de un alguien sin rostro,
porque extrañando a
alguien sin rostro me
desvelo de sueños
no soñados,
ni esperados.

Extraño lo que pudo ser,
siendo lo que soy,
a solas frente
a otra alguien
que no soy.

¿Cómo gritar cuando
no se tiene voz?
¿Cómo huir si no
hay adónde huir?
Buscar y no cejar y
sin embargo buscar,
siempre buscar…

Lady Elizabeth Ellsworth
Jueves 19 de noviembre de 1847
Estancia “La Anita”, Mendoza.

sábado, 30 de marzo de 2024

La pulpería

 



No deseaba parar en el fortín, pues de ahí provenía el homicida de mi esposo. Debíamos comprar víveres y municiones y una pulpería estaba a la vista. La misma no era más que una modesta casa de adobe, con techo de paja, una entrada y apenas una pequeña ventana superior. En el palenque había como siete u ocho caballos, la clientela era nutrida. Desmontamos y les dimos de beber a los caballos. Un viejo desdentado, nos observaba y se reía. Lo miré y le sonreí. Dejó de reír. Entramos y la concurrencia calló casi mágicamente. Nos dirigimos directamente hacia las rejas del mostrador. En donde un tipo de unos cuarenta y tantos, de espesa barba entrecana y mugrienta, nos miró de arriba abajo.

- Usted no debería estar aquí, señora – dijo el pulpero.
- No ando con ganas de hacer finado a nadie hoy, así que, si me vende lo que necesito, nos iremos por donde llegamos – le contesté en un tono más que brusco.
- Si me habla ansí, es porque usted debe ser Yanara de los borogas.
- Correcto; es inteligente después de todo; ahora me va vender cartuchos y tasajo, ¿qué le parece?
- Me parece muy bien señora Yanara.
- ¡No nos gusta chupar delante de infieles! – se escuchó tras de mí.
- Y a mí no me gusta sentir el olor a tipos que no se bañan desde la declaración de independencia y aquí me ven, aguantando la respiración… - respondí rauda.
- Gringa atrevida, hiciste mal en venir sin facón, si hasta puedo olvidarme que sos una hembra… - dijo uno de los parroquianos, parándose y desenvainando su arma blanca.
- ¿Por qué no te sentás y terminás tu ginebrita, pelotudo? – le dije al gaucho bravucón.
- Con un trabuco es fácil – me dijo.
- ¡Loncopan! pasame la tercerola – le dije a mi compañero –, ¿esta te gusta más? Cuando se inventó la pólvora se acabaron los infelices como vos – le espeté al antedicho.
- ¡Rivas! Sentate, es Yanara – le advirtió el pulpero.
- Nunca olvido una cara – musitó Rivas.
- ¿En serio? La tuya no la puedo ver por culpa de esa barba asquerosa y hedionda; si querés, mi amigo con su cuchillo te afeita en seco…
- ¡Rivas! Sentate de una vez; esta mujer te hace fiambre aquí mismo, lo sé – insistió el pulpero.

Compramos y nos retiramos caminando hacia atrás y con la tercerola en mano y apuntándole a Rivas a la cabeza. Rivas me miraba fijo y babeando de rabia. “Tranquilo, Rivas, tomate una ginebrita a mi salud” – le dije al gaucho provocador. Quiso levantarse de nuevo, pero su compañero de mesa se lo impidió. Ya en el exterior, Loncopan me ayudó a montar. “Eres la digna viuda de Tahiel” – me dijo. “Vamos…” – agregué.

"Yanara hacia el sur"




miércoles, 21 de febrero de 2024

Yanara y Tahiel

 



Isaías, mi caballo, fue perdiendo fuerzas y los federales ganaron terreno en este frenesí y dejaron de tirotearme; al parecer me querían con vida y al parecer, yo no les daría el placer de mi presencia. Detuve mi caballo súbitamente y lo acosté en tierra. Me parapeté tras él y con mis dos pistolas herí a dos efectivos que cayeron y a uno alcancé en la cabeza, muriendo en el acto. La partida también se detuvo. Sentí un profundo ardor en el brazo izquierdo. Uno de los plomos de los soldados me había herido. Reanudaron el tiroteo al verme con el brazo ensangrentado, hasta que inesperadamente dieron vuelta y regresaron por donde vinieron. Esta vez, la retirada no la causó mi pistola nueve milímetros, sino, un grupo de pampas que me rodearon. Sus caras eran serias, como en general lo eran. De entre ellos, salió uno, abriéndose paso y desmontó. Era Tahiel.

- Te había prometido que podías contar con nosotros, Yanara – dijo Tahiel.
- Gracias amigo mío, me han salvado la vida; los milicos querían mi cabeza – dije.
- Eres demasiado bella, para que esos cabellos rojos sean separados de tu cuerpo y muy valerosa.
- Sólo me defendía.
- No es la primera vez que despenas huincas, lo sé.
- Y es verdad; pero nunca me causó deleite el tomar una vida, sólo una vez.
- ¿Quién Yanara?
- El comandante de Exaltación, Celaya; había juramentado degollarme en la primera oportunidad; lo envié al más allá antes que él a mí.
- No debes arrepentirte Yanara; eres una guerrera, lo sé y además veo que usas mi collar.
- Es hermoso, cómo no usarlo. Sobre tu piel blanca sobresale aún más. Estás herida, ven con nosotros, las mujeres te curarán.
- Iba camino hacia ustedes Tahiel…
- Con más razón, ven, pero te advierto que la toldería es algo completamente distinto a lo que conoces.
- Ya nada me sorprende mi amigo; te contaré cuán distinto es el mundo de donde provengo.
- Lo espero con ansias, Yanara.

Tahiel y yo cabalgamos a paso lento y sus quince bravos iban detrás.

miércoles, 14 de febrero de 2024

El teniente unitario

 

Viajábamos mansamente con la tropilla federal, pero a la altura del arroyo Maldonado, fuimos atacados por efectivos unitarios, distinguibles por sus uniformes azul verdes. Nos superaban en una proporción de cuatro a uno, que serían como una veintena o más. Los colorados se parapetaron detrás de unas rocas, pero los embates de sus enemigos por fin diezmaron a los hombres de Rosas, perdiendo la vida todos y cada uno de ellos. Cuando las tropas unitarias estaban por disparar a quien suponían el último federal, alcé mis brazos y pudieron ver que era una mujer quien les rogaba por su vida.

Su jefe era un joven de unos treinta años, de impecable guerrera, símil a los de las revistas escolares de las primarias, se aproximó hasta donde me encontraba y desmontó presto para presentarse ante la aparición de una extraña dama en medio de los rosistas. Era un apuesto y vigoroso militar, de largos cabellos negros, facciones finas y ojos almendrados.

- Muy buenos días, madame, soy el capitán Agustín Lisandro del Prado y Mendoza, a sus órdenes – dijo prontamente.

- Buenos días, capitán, soy Lady Elizabeth Olivia Ellsworth, súbdita de su Majestad la Reina Victoria.

- ¿Podría preguntarle la causa por la cual estos bárbaros la acompañaban?

- Desde luego; me llevaban en custodia en prevención de salvajes o delincuentes de los caminos para poder llegar a los Santos Lugares.

- ¿La llevaban detenida? No me parece.

- Y le parece bien capitán; me escoltaban a fin de visitar a un sacerdote amigo mío, injustamente acusado de traidor a la Confederación por el comandante Cuitiño – contesté con amargura.

- Es británica, ahora comprendo los buenos modales del tirano; somos patriotas que vamos camino al norte para reunirnos con las tropas del general Rivera y luchar contra la opresión; creemos que en poco tiempo estaremos en condiciones de entrar triunfantes a Buenos Aires; y de Cuitiño, qué se podría esperar sino bestialidades.

- Lamento desilusionarlo caballero, pero aún resta un tiempo más para derrocarlo.

- ¿Y cómo sabe tanto del movimiento?

- (pensé unos segundos antes de responder) En primer lugar, mi esposo era un enviado del Foreign Office camuflado como comerciante y me participaba sobre los asuntos del Plata y el Foreign Office duda que aún pueda caer el Gobernador; por otra parte, mi amigo el cura, me contactó con algunos miembros del partido unitario en la clandestinidad y ellos no están convencidos del final de esta guerra.

- ¿Puedo saber el nombre de esos amigos?

- No.

- Comprendo Lady Elizabeth, aunque discrepo con sus contactos y con su Foreign Office, si me permite decirlo. Ahora bien, ¿desea que la asistamos hasta cierto punto para facilitarle su visita a la denigrante prisión?

- Mucho me placería, capitán – dije sonriendo de oreja a oreja.

Luego de que los hombres del capitán unitario enterraran cristianamente a los muertos federales, dimos comienzo a nuestro viaje a los Santos Lugares. Agustín y yo cabalgábamos juntos a la par, al frente de la columna. Cada tanto nos mirábamos y reíamos con nerviosismo. “No monta como las damas; sino, como varón; ¿así cabalgan las damas inglesas?” – inquirió Agustín. “No, sólo las que lo hacen sin que las observen en demasía los hombres; es más cómodo y menos peligroso” – contesté rauda.

"Viaje al país de Rosas"

martes, 30 de enero de 2024

La caída


Y esa fue la última vez que tratamos de comunicarnos con Reynolds. La nave dio unas cuantas cabriolas luego de entrar al peculiar aro de colores, pero Ignacio pudo enderezarla, luego de un gran esfuerzo. Al objetivo no podíamos verlo, por lo que Ignacio se negó a lanzar los misiles y decidió dar la vuelta para aterrizar. Sin embargo, por unos segundos entré en pánico al ver la superficie. En ella, nada había, ni la base, ni la ciudad. Sólo kilómetros de nada. Algo como las pampas y algunos árboles dispersos y bosques en forma de islas. Creí ver un poblado lejano, pero lo que más me llamó la atención era que no podíamos aterrizar al no distinguir caminos de asfalto, sólo huellas o caminos de tierra.

El cielo se había despejado y era de nuevo límpido y prístino. Por fin, pudimos ver un camino recto medianamente plano que serviría para decolar. No obstante, el panel de control seguía fuera de línea, frenético y la nave comenzó a hacer “tonel”. Sabía que nuestras vidas pendían de un delgado hilo y que al siguiente segundo podríamos estrellarnos. Cerré los ojos unos segundos, mordí mis labios y traté de superar ese momento. La turbulencia era feroz e Ignacio casi no podía sujetar el volante. El tablero deliraba. No podíamos conocer nuestra ubicación, ni la altura o la presión de la cabina.

- ¡Ignacio, vamos a estrellarnos! – exclamé sobresaltada.
- No Leticia, calmate…
- Ignacio, no se ve la base, lo que veo es llanura, como si fueran las pampas.
- Sí, yo también la veo.
- Atravesamos un puente de Einstein – Rosen.
- Eso es literalmente imposible, nos hubiera aplastado y desintegrado en menos de un parpadeo – replicó Ignacio.
- No, necesariamente.
- No importa ahora; lo que importa es tratar de nivelar el aparato y no caer o por lo menos intentar un aterrizaje de emergencia.
- Voy a enviar un pedido de auxilio.
- Como gustes, pero dudo que te respondan.
- ¡Mayday, Mayday, Mayday, torre de control Reynolds, este es Charlie 933, emergencia por caída inminente, no puedo precisar nuestra posición, controles fuera de servicio, no podemos precisar altitud, tanques de combustible llenos, esta es la teniente Leticia Vázquez, Mayday, Mayday,Mayday, estamos cayendo, ¿me copian?

En un momento, acaricié el mecanismo de eyección, pero no podía dejar a Ignacio, aunque él me solicitó que así lo hiciera. Repentinamente y sin haber oprimido botón alguno, la nave disparó por sí sola los dos misiles a tierra y alcancé a ver cómo una especie de galpón era reducido a escombros en cuestión de segundos, tras lo cual, perdimos altura sin remedio y sin gobierno del A4. Apenas pudimos estabilizarlo y milagrosamente tocamos tierra sin explotar en mil pedazos, a costa de destrozar el tren de aterrizaje y hundiendo en el suelo, parte del radomo, que se quebró con el impacto, luego de una loca carrera hasta un bosque de eucaliptos que nos detuvo.

- Nacho, esto es La Pampa o la Provincia de Buenos Aires, quizás – dije en voz baja.
- Puede ser.
- Te reitero que atravesamos un agujero de gusano.
- ¿Cómo podés estar tan segura?
- Fijate en el reloj digital de la nave, ¿qué marca?
- No puedo creerlo…
- Jueves 14 de abril de 1842.
- Leticia, será mejor que tomemos nuestras armas de mano, debemos ser cuidadosos.
- Ignacio, estamos varados 175 años en el pasado, ¿qué no podés entender?
- Me cuesta aceptarlo; revisá si alguna computadora de la nave quedó en pie; yo iré a explorar, pero antes comprobá si los controles alcanzaron a determinar las coordenadas de la caída.
- Sí, acá están; 34º 16’ 53.1” latitud sur, 59º 08’ 59” longitud oeste.
- Estamos en la Provincia de Buenos Aires, lo sé, pero ¿dónde exactamente? – preguntó de manera retórica Ignacio.
- Se me ocurre que pronto lo averiguaremos.
- Eso me temo; ¿está tu nueve milímetros cargada?
- Sí, cargada y con dos cargadores más y completos.
- Regreso enseguida; este bosque no creo que nos sirva de refugio por mucho más tiempo.
- No te alejes demasiado.
- ¿Insistís con eso que te dijo esa insana profetisa?
- Esa insana profetisa era yo realmente.
- Como sea, tendremos que comunicarnos de alguna manera con la Fuerza Aérea.
- Nacho, no habrá Fuerza Aérea hasta 1912.
- Veremos.