miércoles, 14 de febrero de 2024

El teniente unitario

 

Viajábamos mansamente con la tropilla federal, pero a la altura del arroyo Maldonado, fuimos atacados por efectivos unitarios, distinguibles por sus uniformes azul verdes. Nos superaban en una proporción de cuatro a uno, que serían como una veintena o más. Los colorados se parapetaron detrás de unas rocas, pero los embates de sus enemigos por fin diezmaron a los hombres de Rosas, perdiendo la vida todos y cada uno de ellos. Cuando las tropas unitarias estaban por disparar a quien suponían el último federal, alcé mis brazos y pudieron ver que era una mujer quien les rogaba por su vida.

Su jefe era un joven de unos treinta años, de impecable guerrera, símil a los de las revistas escolares de las primarias, se aproximó hasta donde me encontraba y desmontó presto para presentarse ante la aparición de una extraña dama en medio de los rosistas. Era un apuesto y vigoroso militar, de largos cabellos negros, facciones finas y ojos almendrados.

- Muy buenos días, madame, soy el capitán Agustín Lisandro del Prado y Mendoza, a sus órdenes – dijo prontamente.

- Buenos días, capitán, soy Lady Elizabeth Olivia Ellsworth, súbdita de su Majestad la Reina Victoria.

- ¿Podría preguntarle la causa por la cual estos bárbaros la acompañaban?

- Desde luego; me llevaban en custodia en prevención de salvajes o delincuentes de los caminos para poder llegar a los Santos Lugares.

- ¿La llevaban detenida? No me parece.

- Y le parece bien capitán; me escoltaban a fin de visitar a un sacerdote amigo mío, injustamente acusado de traidor a la Confederación por el comandante Cuitiño – contesté con amargura.

- Es británica, ahora comprendo los buenos modales del tirano; somos patriotas que vamos camino al norte para reunirnos con las tropas del general Rivera y luchar contra la opresión; creemos que en poco tiempo estaremos en condiciones de entrar triunfantes a Buenos Aires; y de Cuitiño, qué se podría esperar sino bestialidades.

- Lamento desilusionarlo caballero, pero aún resta un tiempo más para derrocarlo.

- ¿Y cómo sabe tanto del movimiento?

- (pensé unos segundos antes de responder) En primer lugar, mi esposo era un enviado del Foreign Office camuflado como comerciante y me participaba sobre los asuntos del Plata y el Foreign Office duda que aún pueda caer el Gobernador; por otra parte, mi amigo el cura, me contactó con algunos miembros del partido unitario en la clandestinidad y ellos no están convencidos del final de esta guerra.

- ¿Puedo saber el nombre de esos amigos?

- No.

- Comprendo Lady Elizabeth, aunque discrepo con sus contactos y con su Foreign Office, si me permite decirlo. Ahora bien, ¿desea que la asistamos hasta cierto punto para facilitarle su visita a la denigrante prisión?

- Mucho me placería, capitán – dije sonriendo de oreja a oreja.

Luego de que los hombres del capitán unitario enterraran cristianamente a los muertos federales, dimos comienzo a nuestro viaje a los Santos Lugares. Agustín y yo cabalgábamos juntos a la par, al frente de la columna. Cada tanto nos mirábamos y reíamos con nerviosismo. “No monta como las damas; sino, como varón; ¿así cabalgan las damas inglesas?” – inquirió Agustín. “No, sólo las que lo hacen sin que las observen en demasía los hombres; es más cómodo y menos peligroso” – contesté rauda.

"Viaje al país de Rosas"

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