Si tan solo supiera
tu nombre,
conociera tu rostro,
viera en tus ojos,
en un parpadeo
entre segundos
robados en apenas
un segundo y
te viera
y pronunciara
tu nombre,
como quien
aparece en un
destello
de luces y sombras.
Si tan solo supiera
mi destino, porque,
¿quién lo sabe?
¿lo sabes tú?
¿lo saben los Hados?
¿es un capricho entre
caprichos?
Si tan solo supiera,
que un día seré
lo que hoy no soy…
si tan solo supiera,
que seré al fin feliz,
nadando en tu mirada,
pronunciando
tu nombre,
sonriendo a tu
sonrisa…
Emily Vanessa Pendleton, otoño en Buenos Aires, 1893.
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