miércoles, 24 de julio de 2024

Recordar es recordarte...



Recordar es
recordarte en un
parpadeo, cual
aleteo de algún
colibrí perdido
en un tiempo
cualquiera.

Recordar es
recordarte,
inmerso en
vacíos de
llanuras,
que hablan
el silencio,
un silencio de
ternuras
nunca perdidas,
cuando las
palabras de
más están,
cuando tu ser
más requiero,
en este
laberinto de
seres, de
hace ya y a
lo lejos…

Recordar,
es recordarte y
jamás olvidarte...

miércoles, 24 de abril de 2024

He sido mil nombres y ninguno

 

“He sido mil nombres y ninguno. He sido un ángel y un demonio. He sido blanca y aborigen. He sido adorada y despreciada. Tanto me sometieron, como sometí. Me dieron de latigazos y me besaron la mano. De todas ellas, tampoco yo sé bien quién he sido. Quizás todas a la vez y ninguna. Temo por Mailén. No deseo que muera por mi culpa. Nadie más debe morir por mí. Si he de pagar por mis crímenes que estos hombres del siglo XIX me imputan, será más por su complejo de inferioridad, que por lo crímenes en sí, pues ellos no se tienen piedad a la hora de cortar sus pescuezos, pero mi peor crimen quizás es no doblegarme ante ellos. Mi único crimen, ahora que lo pienso, es pretender ser libre, de cuerpo y espíritu. Pero qué soberana estupidez arrogante, el querer ser libre en pleno gobierno de un autócrata, borracho de poder y sangre, a veces me sorprende mi propia estupidez…”

Diario de Leticia, sábado 14 de julio de 1849.
Tres años antes de la caída de Juan Manuel de Rosas.




martes, 23 de abril de 2024

Claroscuros


Como atragantándome con
mis blasfemias...
Como escupiendo
mis palabras…

Como evadiendo
barreras…

Como descendiendo a
mi paraíso…

Como elevándome a
mi infierno…

Como enviciando mis
virtudes…

Como limpiando mis
miserias…

Así serán tus besos…
Así será tu mirada…
Así serán tus manos…

Que besan…
Que miran…
Que acarician…

Por siempre y
desde siempre o
desde nunca…

No lo se…

Y me traicionarás…
Y te traicionaré…

Y eso lo se…

JV - 2013







El encuentro (primera parte)


1. Ella
Y ella llegó temprano a la cita. Una cita largamente esperada. Una espera tapizada de calles, callejones, avenidas, ciudades, pueblos y caseríos. Todo apuntaba a un encuentro con extrema ansiedad. Se verían las caras. Ella y él. Se mirarían a los ojos. Leerían esas miradas. Quizás, las desentrañarían. O quizás, no. Ella sólo sabía, que sólo él podía darle cierto sentido a lo que ella era. Cierto sentido. Probablemente no un sentido absoluto y completo. Como un sistema cerrado y concluido. Él no creía en esas cosas. Pero algunos interrogantes, plenos de dudas, desbordantes de noches de insomnio, de noches de rocíos casi imperceptibles, de noches de soledades notables, podía él responder. Bueno, eso pensaba ella, mientras un aroma a pan tostado invadía el ambiente de la confitería, combinado sabiamente con otro, pero de café, recién molido. El típico y agudo sonido a máquina express, le señalaba que su pedido pronto vendría a su mesa. Una mesa de madera, cubierta por los colores que predominaban en el ambiente: el rojo y el verde. Dando por momentos un aire tropical, un aire de un Caribe lejano, inimaginable en la melancólica Buenos Aires.

Las palabras. A veces están de más. A veces nos hacen falta. Las miradas. Nunca están de más y siempre nos hacen falta. Como esa presencia del otro. Que construye. Y que nos cubre con su humanidad. Y que nos gratifica. Y que nos angustia. Y que la necesitamos. Y que no podemos prescindir de ella. Y el otro puede ser otro un día, simplemente porque un día ya no lo miramos. Y nos parece tan extraño, tan ajeno. Como paradoja, quizás ése, tan extraño, seamos nosotros. Porque el otro nos falta. Como el aire. Como la vida – meditaba ella, al tiempo de beber su café cortado.

- ¿Espera a alguien? – pregunta el mozo.
- Sí – responde ella.
- Lo noté. Se la ve ansiosa, como nerviosa, como tratando de concentrarse en un punto y no lo logra y lo intenta y vuelve a fracasar. Tal vez esto sólo me parezca. Le ruego me disculpe si me considera un entrometido.
- No. No lo es. Es verdad lo que supuso… ¿Cómo se llama?
- Ramón…
- Mire Ramón, es altamente probable que ni usted ni yo tengamos vidas propias…
- ¿A qué se refiere señorita?
- Eso no importa mi estimado Ramón. Pero sí importa lo que finalmente creamos. ¿Usted cree en Dios?
- Sí, por supuesto. No voy a Misa seguido, pero… que ni tiempo tengo para eso… pero me dieron la Primera Comunión ¿sabe?
- Lo envidio Ramón. Le envidio su “por supuesto”…
- ¿Usted no es creyente?
- Solía serlo. Quería creer. Y alguien me hizo caminar. Y alguien me hizo creer en no creer o al menos, creer menos…
- ¿Entonces no cree en nada? – pregunta curioso Ramón –
- Justamente creo en algo… creo en este momento. En este segundo. Creo en usted… Ahora… ¿Puedo creer en el siguiente?
- El siguiente no existe aún…
- ¡Exacto! En el siguiente podríamos desaparecer…
- No me hago tantas preguntas señorita… Sólo sirvo café y cerveza todo el día.
- Lo entiendo Ramón. De alguna manera, eso lo salva…
- ¿De qué señorita?
- No importa de qué Ramón, pero lo salva…

Ramón la dejó con sus soliloquios. Sabía que debía dejarla a solas. En realidad, no a solas. Con ella y con su espera. Esa espera, que segundo tras segundo, se iba acortando. Se iba consumiendo, cual vela a través de las horas a deshoras. Y los cortados, no fueron uno o dos, quizás tres o cuatro.

Ella extrajo de su tradicional mochila, su tradicional libretita “piojosa”, como él la calificaba. Su libretita, color verde oscuro, con un guanaco, llama o algo así en la tapa, a manera de símbolo, algo desgastada en los bordes y en las puntas, con claros signos de usos y abusos, de manos y dedos presurosos por escribir aquello que ven, aquello que escuchan. Ensimismada, la sobresaltó un bocinazo y un golpe seco. “Colisionan dos autos: no hay heridos”, - dirá la nota de policiales de algún periódico de poca tirada. Luces azules titilantes y vigorosas. Las balizas de la Federal hicieron se presentación y el tejido social, seguiría como si nada, casi intacto, pues están “para proteger y servir”. Ella miró por la ventana que da a la calle Uriburu. Corrió el velo y el velo no era más un helecho ensortijado, endemoniadamente ensortijado, como selvático, como un consulado de la selva en la ciudad, otra selva. Y vio el incidente. Dos tipos agarrándose la cabeza. Pasándose las manos por sus cabezas, como si se tratara de la muerte súbita de un familiar directo. Pero no. Sólo dos autos que tenían un par de paragolpes rotos. Escena repetida: uno de los hombres de azul con handy en la mano, parloteando. Los tipos sobre el capot de uno de ellos anotando datos para el seguro. Hecho irrelevante. Común. Ella sonrió. Por la duda que todo ello le causaba…

"Nuevos caminos de Noelia"
Todos los derechos reservados. 2012


















domingo, 7 de abril de 2024

Alguien que no soy

Extraño lo que se puede y
lo que no se puede;
extraño el aroma de cafés
bebidos entre gallos y
medianoches;
extraño no extrañar,
extrañando a alguien
de un alguien sin rostro,
porque extrañando a
alguien sin rostro me
desvelo de sueños
no soñados,
ni esperados.

Extraño lo que pudo ser,
siendo lo que soy,
a solas frente
a otra alguien
que no soy.

¿Cómo gritar cuando
no se tiene voz?
¿Cómo huir si no
hay adónde huir?
Buscar y no cejar y
sin embargo buscar,
siempre buscar…

Lady Elizabeth Ellsworth
Jueves 19 de noviembre de 1847
Estancia “La Anita”, Mendoza.

sábado, 30 de marzo de 2024

La pulpería

 



No deseaba parar en el fortín, pues de ahí provenía el homicida de mi esposo. Debíamos comprar víveres y municiones y una pulpería estaba a la vista. La misma no era más que una modesta casa de adobe, con techo de paja, una entrada y apenas una pequeña ventana superior. En el palenque había como siete u ocho caballos, la clientela era nutrida. Desmontamos y les dimos de beber a los caballos. Un viejo desdentado, nos observaba y se reía. Lo miré y le sonreí. Dejó de reír. Entramos y la concurrencia calló casi mágicamente. Nos dirigimos directamente hacia las rejas del mostrador. En donde un tipo de unos cuarenta y tantos, de espesa barba entrecana y mugrienta, nos miró de arriba abajo.

- Usted no debería estar aquí, señora – dijo el pulpero.
- No ando con ganas de hacer finado a nadie hoy, así que, si me vende lo que necesito, nos iremos por donde llegamos – le contesté en un tono más que brusco.
- Si me habla ansí, es porque usted debe ser Yanara de los borogas.
- Correcto; es inteligente después de todo; ahora me va vender cartuchos y tasajo, ¿qué le parece?
- Me parece muy bien señora Yanara.
- ¡No nos gusta chupar delante de infieles! – se escuchó tras de mí.
- Y a mí no me gusta sentir el olor a tipos que no se bañan desde la declaración de independencia y aquí me ven, aguantando la respiración… - respondí rauda.
- Gringa atrevida, hiciste mal en venir sin facón, si hasta puedo olvidarme que sos una hembra… - dijo uno de los parroquianos, parándose y desenvainando su arma blanca.
- ¿Por qué no te sentás y terminás tu ginebrita, pelotudo? – le dije al gaucho bravucón.
- Con un trabuco es fácil – me dijo.
- ¡Loncopan! pasame la tercerola – le dije a mi compañero –, ¿esta te gusta más? Cuando se inventó la pólvora se acabaron los infelices como vos – le espeté al antedicho.
- ¡Rivas! Sentate, es Yanara – le advirtió el pulpero.
- Nunca olvido una cara – musitó Rivas.
- ¿En serio? La tuya no la puedo ver por culpa de esa barba asquerosa y hedionda; si querés, mi amigo con su cuchillo te afeita en seco…
- ¡Rivas! Sentate de una vez; esta mujer te hace fiambre aquí mismo, lo sé – insistió el pulpero.

Compramos y nos retiramos caminando hacia atrás y con la tercerola en mano y apuntándole a Rivas a la cabeza. Rivas me miraba fijo y babeando de rabia. “Tranquilo, Rivas, tomate una ginebrita a mi salud” – le dije al gaucho provocador. Quiso levantarse de nuevo, pero su compañero de mesa se lo impidió. Ya en el exterior, Loncopan me ayudó a montar. “Eres la digna viuda de Tahiel” – me dijo. “Vamos…” – agregué.

"Yanara hacia el sur"




miércoles, 21 de febrero de 2024

Yanara y Tahiel

 



Isaías, mi caballo, fue perdiendo fuerzas y los federales ganaron terreno en este frenesí y dejaron de tirotearme; al parecer me querían con vida y al parecer, yo no les daría el placer de mi presencia. Detuve mi caballo súbitamente y lo acosté en tierra. Me parapeté tras él y con mis dos pistolas herí a dos efectivos que cayeron y a uno alcancé en la cabeza, muriendo en el acto. La partida también se detuvo. Sentí un profundo ardor en el brazo izquierdo. Uno de los plomos de los soldados me había herido. Reanudaron el tiroteo al verme con el brazo ensangrentado, hasta que inesperadamente dieron vuelta y regresaron por donde vinieron. Esta vez, la retirada no la causó mi pistola nueve milímetros, sino, un grupo de pampas que me rodearon. Sus caras eran serias, como en general lo eran. De entre ellos, salió uno, abriéndose paso y desmontó. Era Tahiel.

- Te había prometido que podías contar con nosotros, Yanara – dijo Tahiel.
- Gracias amigo mío, me han salvado la vida; los milicos querían mi cabeza – dije.
- Eres demasiado bella, para que esos cabellos rojos sean separados de tu cuerpo y muy valerosa.
- Sólo me defendía.
- No es la primera vez que despenas huincas, lo sé.
- Y es verdad; pero nunca me causó deleite el tomar una vida, sólo una vez.
- ¿Quién Yanara?
- El comandante de Exaltación, Celaya; había juramentado degollarme en la primera oportunidad; lo envié al más allá antes que él a mí.
- No debes arrepentirte Yanara; eres una guerrera, lo sé y además veo que usas mi collar.
- Es hermoso, cómo no usarlo. Sobre tu piel blanca sobresale aún más. Estás herida, ven con nosotros, las mujeres te curarán.
- Iba camino hacia ustedes Tahiel…
- Con más razón, ven, pero te advierto que la toldería es algo completamente distinto a lo que conoces.
- Ya nada me sorprende mi amigo; te contaré cuán distinto es el mundo de donde provengo.
- Lo espero con ansias, Yanara.

Tahiel y yo cabalgamos a paso lento y sus quince bravos iban detrás.