(Noelia se halla sentada en un banco de la Plaza de Mayo, noviembre de 1992.)
En un determinado instante, se sentó junto a ella, un tipo de unos treinta y cinco años. Cabellos castaños, ojos café y mirada sincera. Estaba bien vestido, de traje azul oscuro y corbata al tono, zapatos irremediablemente brillantes y caros. Si lo que pretendía era impresionar a Noelia, seguramente le costaría un precio mayor. A su vez, se encendió un cigarrillo, pero de tabaco…
- ¿Qué edad tenés? – preguntó impertinente el desconocido.
- Qué te importa, boludo – respondió aún más impertinente Noelia.
- No pretendía ser descortés, perdoname – replicó el joven.
- Yo tampoco. Sólo que hoy no es mi día.
- A veces pasa…
- Sí, a veces pasa. ¿Cómo te llamás? – preguntó Noelia.
- Damien, como el Anticristo de la Profecía – dijo Damien.
- No creo en pelotudeces.
- No, no. La película de Gregory Peck.
- No miro mucha tele, disculpame – agregó Noelia.
- Y vos, ¿cuál es tu nombre?
- Noelia.
- Como la de la canción.
- Exacto, como la de la canción – dijo Noelia poniendo los ojos en blanco, como cansada de ese lugar común.
- ¿No vas al cine?
- Ocasionalmente.
- Sos rara…
- Y vos un tipo de traje, que me pregunta por mi vida, como si fuera mi psicoanalista.
- Perdoname… - suplicó Damien.
- Perdoname aquí, perdoname allá. Te la pasás pidiendo perdón, parecés un penitente de la Edad Media cuando apareció lo de la peste negra.
- Parecés grosera, pero cuando hablás se devela tu cultura aunque no lo deseés, como si quisieras esconderla bajo un manto de palabrotas.
- ¿A qué te dedicás?
- Soy médico – dijo Damien.
- Ah, mirá.
- Psiquiatra.
- Era inevitable…
- ¿Que nos conociéramos?
- No, que fueras psiquiatra.
- ¿Tan evidente es?
- Lo evidente es que viste a una mina sola con cara de pocos amigos, sentada en un banco de plaza y te dijiste “me la voy a levantar”.
- Te juro que no era ésa mi intención.
- Entonces sos gay…
- ¡No!, no lo soy.
- Entonces me querías levantar y en lugar de eso, te encontrás a una que tiene la cabecita hecha una ensalada rusa. “Un caso”, por decirlo de otra manera.
- No te considero un caso, sos un ser humano ante todo.
- ¿En serio? Puede que sea humana o quizás, no; pero también puede ser que si hubiera sido un tipo, ni te habrías fijado en mí.
- No sé…
- Damien, de la Profecía, me acaban de rajar del Poder Judicial por consumo de estupefacientes. Tengo que elaborar el “duelo”. Si sos psiquiatra como decís, me vas a entender.
- Sí, lo entiendo. Te dejo tranquila. Perdoname de nuevo… - dijo Damien.
- Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen. Podés retirarte en paz, hermano.
- Adiós Noelia – dijo Damien despidiéndose.
- Adiós hermano Damien – contestó Noelia sonriéndole a modo de despedida cortés. Segundos después, Noelia seguía en su aislamiento en medio de la multitud que iba y venía sin cesar. Los turistas orientales no descuidaban detalles de la Casa de Gobierno o se asombraban con la Pirámide de Mayo. Noelia sonrió. Por un momento deseó ser parte de ese alegre grupo que parecía tan alborotado y cuyo bullicio llegaba hasta ella... en un día, de cualquier día...
- No pretendía ser descortés, perdoname – replicó el joven.
- Yo tampoco. Sólo que hoy no es mi día.
- A veces pasa…
- Sí, a veces pasa. ¿Cómo te llamás? – preguntó Noelia.
- Damien, como el Anticristo de la Profecía – dijo Damien.
- No creo en pelotudeces.
- No, no. La película de Gregory Peck.
- No miro mucha tele, disculpame – agregó Noelia.
- Y vos, ¿cuál es tu nombre?
- Noelia.
- Como la de la canción.
- Exacto, como la de la canción – dijo Noelia poniendo los ojos en blanco, como cansada de ese lugar común.
- ¿No vas al cine?
- Ocasionalmente.
- Sos rara…
- Y vos un tipo de traje, que me pregunta por mi vida, como si fuera mi psicoanalista.
- Perdoname… - suplicó Damien.
- Perdoname aquí, perdoname allá. Te la pasás pidiendo perdón, parecés un penitente de la Edad Media cuando apareció lo de la peste negra.
- Parecés grosera, pero cuando hablás se devela tu cultura aunque no lo deseés, como si quisieras esconderla bajo un manto de palabrotas.
- ¿A qué te dedicás?
- Soy médico – dijo Damien.
- Ah, mirá.
- Psiquiatra.
- Era inevitable…
- ¿Que nos conociéramos?
- No, que fueras psiquiatra.
- ¿Tan evidente es?
- Lo evidente es que viste a una mina sola con cara de pocos amigos, sentada en un banco de plaza y te dijiste “me la voy a levantar”.
- Te juro que no era ésa mi intención.
- Entonces sos gay…
- ¡No!, no lo soy.
- Entonces me querías levantar y en lugar de eso, te encontrás a una que tiene la cabecita hecha una ensalada rusa. “Un caso”, por decirlo de otra manera.
- No te considero un caso, sos un ser humano ante todo.
- ¿En serio? Puede que sea humana o quizás, no; pero también puede ser que si hubiera sido un tipo, ni te habrías fijado en mí.
- No sé…
- Damien, de la Profecía, me acaban de rajar del Poder Judicial por consumo de estupefacientes. Tengo que elaborar el “duelo”. Si sos psiquiatra como decís, me vas a entender.
- Sí, lo entiendo. Te dejo tranquila. Perdoname de nuevo… - dijo Damien.
- Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen. Podés retirarte en paz, hermano.
- Adiós Noelia – dijo Damien despidiéndose.
- Adiós hermano Damien – contestó Noelia sonriéndole a modo de despedida cortés. Segundos después, Noelia seguía en su aislamiento en medio de la multitud que iba y venía sin cesar. Los turistas orientales no descuidaban detalles de la Casa de Gobierno o se asombraban con la Pirámide de Mayo. Noelia sonrió. Por un momento deseó ser parte de ese alegre grupo que parecía tan alborotado y cuyo bullicio llegaba hasta ella... en un día, de cualquier día...
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