jueves, 30 de mayo de 2013

Giuliana (conclusión)


Ella, casada. Dos hijos. Sin saber aún por qué los trajo al mundo. Probablemente para acatar el mandato de no se quién. Su alma vagaba, no obstante, por senderos que ni su marido, Matías, hubiera creído que existían. Pasadizos secretos de sus secretos. Celosos de ellos. Pero Giuliana había tocado no sólo su mano, sino la cerradura invisible de uno de esos pasadizos. Ignorados. Negados por largo tiempo. Y lo abrió... Así sin más. Irreverente. A sus treinta y tantos.

Ella tentó encenderse un Virginia Slims. Giuliana se anticipó. Tomó su muñeca y se lo encendió. Sus miradas permanecieron suspendidas. Atónitas. Quizás cautivas de un encantamiento tan antiguo como el mundo. Giuliana necesitaba el trabajo de camarera. Pero ese segundo no fue un segundo de dudas. Sólo de certeza. La certeza de apoyar levemente sus labios en los labios de ella. Y luego, en un luego que no pudo ser medido, pues abarcó eternidades, le susurró algo al oído. Ella abrió su carpeta y transcribió ese preciado tesoro al papel. Era el teléfono móvil de Giuliana…

Ya de regreso al hotel. Le sugirió a Matías que aún le restaba mucho por conocer en Italia. Que no quería volver al Nuevo Mundo, no tan nuevo. No aún… A Matías poco le importó. Él tenía obligaciones impostergables. Y lo impostergable para ella se hallaba a metros del León de la Piazza… ya no habría más postergaciones. No había motivos para ello. Y lo impostergable tenía un nombre. Y lo impostergable se llamaba Giuliana. Y su burguesía predecible, se iría al diablo. O al Averno del Dante. Quizás al Segundo Círculo… sólo quería amar y ser amada… y eso… no es pecado… no. 

Aunque el viento de azufre te atormente por toda la eternidad.

Reg. Dir. Nac. de Derecho de Autor 2012 - Jorge A. Vai 2012

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